Comentario
Si Monet es asociado con el culto a la luz, Renoir ejemplifica a través de su pintura la alegría de vivir, trasmitiendo siempre una sensación de optimismo y de amor al género humano, a pesar de su aserto: "Sé muy bien que es difícil hacer comprender que una pintura puede ser muy grande y, al mismo tiempo, alegre".
Auguste Renoir (1841-1919), de origen modesto, nació en Limoges. Siendo aún muy joven se traslada con su familia a París, donde, con tan sólo trece años, entra a trabajar en el taller de un decorador de porcelanas. Un empleo que abandona poco después por la quiebra del negocio, incapaz de afrontar la competencia de la reproducción mecánica.
A partir de entonces alterna la decoración de abanicos y otros accesorios femeninos, utilizando temas inspirados en la pintura galante dieciochesca de Watteau, Lancret, Boucher y Fragonard, con su asistencia a la Escuela de Bellas Artes y, en 1862, al taller de Gleyre. Aquí coincidió con Monet, Bazille y Sisley, al igual que con Narciso Díaz de la Peña, su consejero y protector, en Fontainebleau.
Su primer período denota una marcada influencia del realismo de Courbet, tal como se refleja en La taberna de la mére Anthony (Estocolmo, Museo Nacional), El matrimonio Sisley (Colonia, Museo Walrag-Richartz), Diana cazadora (Washington, National Gallery), rechazado en el Salón de 1867, y Lisa con sombrilla (Essen, Museo Folk Wang), expuesto en el Salón de, 1868.
Las estrechas relaciones que mantuvo con Monet le acercaron paulatinamente al movimiento impresionista, sobre todo desde 1870 hasta 1883. En Argenteuil ambos pintores compartieron los mismos escenarios y realizaron cuadros muy semejantes. De esa época son La Grenuillére (Estocolmo, Museo Nacional), El Sena en Argenteuil y Sendero a través de las altas hierbas (París, Museo d'Orsay), obras llevadas a cabo al aire libre, con colores claros, vivos y luminosos. Producto asimismo de esa amistad son sus cuadros Monet trabajando en su jardín (Connecticut, The Wadsworth Atheneum) y La señora Monet en su diván (Lisboa, Museo Gulbenkian).
Renoir, al igual que Manet, y pese a los esfuerzos persuasivos de Monet para que pintaran al aire libre, nunca renunció a introducir figuras en sus composiciones. "Para mí -diría en una ocasión-, la mayor preocupación ha sido siempre pintar figuras como frutos hermosos".
Con ocasión de la primera exposición impresionista organizada en 1874 en casa del fotógrafo Nadar, Renoir se encargaría de instalar los cuadros objeto de exhibición, colgando entre ellos seis de su firma. El titulado El palco (Londres, Courtauld Institute), que está considerado como su obra maestra, ofrece a primera vista la impresión de tratarse de una escena de la vida contemporánea, pero también se configura como un original retrato al figurar en el fondo de la composición su hermano Edmond, acompañado por una conocida modelo de Montmartre apodada Nini. Lo más sorprendente de esta obra es la utilización del negro, color rechazado por los impresionistas, que aparece profusamente aplicado en la vestimenta de ambos personajes.
Una de las aspiraciones más perseguidas por Renoir era lograr una perfecta síntesis entre figura y paisaje, tal como reconocería con esta afirmación: "Me basto con mis figuras hasta que forman un todo con el paisaje que las sirve de fondo". Este objetivo lo logró tanto en las composiciones de desnudos -Torso de mujer al sol (París, Museo d'Orsay)- como en las escenas de costumbres -El columpio y El molino de la Galette (París, Museo d'Orsay)-, donde el juego de luces y de sombras, conseguido a base de pequeñas manchas, es todavía influencia de su amigo Monet.
Su otro gran objetivo, el de transmitir la alegría del ambiente parisino mediante la representación de escenas de la vida moderna, lo lograría espectacularmente en el ya citado Moulin de la Galette, dada su compleja composición y su gran formato. Pero no menos originales por su audaz encuadre fotográfico resultan La primera salida (Londres, Tate) La place Pigalle (Londres, Col. Butler).
Durante los veranos de 1879 y 1880 Renoir trabajaría en Chatou, a orillas del Sena y, entre los numerosos cuadros que pintó, el más destacado fue El almuerzo de los remeros (Washington, Col. Phillips). La composición, que revela un claro cambio en su estilo, reproduce con fidelidad un restaurante popular, llamado La Grenuillére, frecuentada por deportistas y mujeres alegres, donde, al decir de Guy de Maupassant, los "canotiers exponían al ardor del sol la carne bronceada y abultada de sus bíceps y donde entre las mesas dominaba el público propio del lugar: un batallón de canotiers vociferantes con sus amigas de cortas faldas de franela". Entre esas figuras femeninas aparece su modelo favorita, Aline Charigot, con quien más adelante se casaría y de quien tuvo tres hijos, Pierre, Jean y Claude, de los que el pintor dejaría una gran profusión de retratos.
Su habilidad en este género, demostrado con el notable éxito que obtuvo con el retrato Madame Charpentier y sus hijos (Nueva York, Metropolitan) en el Salón de 1879, le propiciaría numerosos encargos y el dinero necesario para viajar y renovarse.
Movido por el ejemplo de Delacroix (1798-1863), en 1881 se trasladó a Argelia a fin de satisfacer su deseo de entrar en contacto con Oriente, viaje que repetiría al año siguiente. Entre ambos desplazamientos tuvo tiempo para contraer matrimonio y recorrer con su mujer Venecia, Roma y Nápoles, volviendo más impresionado por la pintura que pudo contemplar en los museos y, en especial, por los frescos de Pompeya que por la arquitectura de esas ciudades.
Este descubrimiento hizo adoptar a Renoir una actitud crítica acerca de las nuevas tendencias, que se traduciría en la decisión de subordinar el color a la precisión del dibujo y en lo que algunos han querido ver un estilo ingresco. Son ejemplos de ello La bañista rubia (Turín, col. particular) y Los grandes bañistas (Filadelfia, Museo de Arte).
La predilección por los temas de desnudos femeninos se fue haciendo, a partir de entonces, cada vez más evidente, cultivándolos incluso cuando, aquejado de reumatismo articular, trasladó su residencia a la Costa Azul. Para ello, y en una manifestación de coraje humano, se haría atar los pinceles a la mano, trabajando así hasta el final de sus días.
Meses antes de morir, en 1919, Renoir tuvo la satisfacción de ver personalmente sus cuadros colgados en el museo del Louvre, al lado de las obras de los grandes maestros que siempre admiró.